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Un recibimiento como sólo River puede hacerlo |
¿A qué jugar cuando se dificulta hacerlo? A lo que hizo River ante Boca. Una vez más, este último semestre del año refleja las deficiencias futbolísticas en las que cayó el equipo de Gallardo. Pero todo se puede equilibrar. Y el paso inicial empieza por creer que se puede.
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Barovero ataja el penal de Gigliotti |
Y River creyó en sí. Con adversidades que supo superar, y en los que cualquiera podría sucumbir. Porque
Barovero hizo mucho en ese penal tan blando pateado por Gigliotti y también por saber recomponerse de ese rebote largo ante un tiro de Carrizo que nuevamente el 9 capturó y que el arquero despejó. Boca había empezado con mucho ímpetu y decisión, aunque con más empuje que claridad, a buscar por cualquier medio el gol. River estaba entre las cuerdas. Ponzio nuevamente jugando al borde de dejar de hacerlo por expulsión (de hecho, la mereció), Mercado y Sánchez sin saber qué hacer para controlar a Carrizo por ese sector, la ofensiva desconectada de la pelota. Pero tantas situaciones sin concretar te tiran el ánimo a las nubes. Y lo que se pierde en un lado, se compensa en el otro.
Ahí fue cuando
River confió en sus oportunidades. Sin que en el juego haya mejoras, pero sí demostrando cómo hacerle notar a su rival cuánto le iba a costar lo que desperdició. No titubear para despejar el peligro, llevar la presión allá arriba, nunca descartar la segunda pelota. Y en el pinball en el que estaba dirimido el balón, esta vez a comparación con Racing, se resolvió a favor. Porque más allá de la apertura hacia Vangioni, nadie puede afirmar que el lateral quiso tirar el centro ahí, a la zona muerta de la medialuna donde todos podían y nadie fue. Excepto uno, el que con su teledirigible pie izquierdo podía hacer lo que quisiera con ese magro centro. Y
Pisculichi fue hacia allí, anticipándose a la indecisión de los defensores de azul y amarillo. A la ratonera como quien se saca una pelusa del hombro, y a otra cosa.
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Pisculichi marca el gol de River Plate |
A partir del complemento, River tuvo chances de ampliar el resultado. Sánchez y Teo sobre todo merodearon con eso. Pero la misión de River fue otra. Con
Gago afuera, sin armador Boca de juego, fue
obstruirle la dinámica y la verticalidad a Boca. No dejarle espacios grandes para aprovechar las velocidades de sus delanteros. La cuestión fue estarle encima a los que cumplían con estas características. Y esa misión fue cumplida a la perfección. Carrizo al cambiar de punta cayó en las redes de Vangioni y Rojas, ya que el lateral le cubría la banda y el volante sus enganches hacia el medio, tendencia del ex mediocampista de Rosario Central.
Chávez ingresó y vaya uno a darse cuenta si tuvo aunque sea una posibilidad de tocar la pelota, algo que recuerda al partido de ida. El delantero
debe estar jugando a los dardos con un póster de Mercado en su habitación. Y por último Calleri, quien es un eximio aguantador de pelota, pero al momento de darse vuelta y acelerar no tiene esa chispa para sacarse defensores de encima. Y a ésto súmenle a
Ponzio quien, con los decibeles mucho más bajos, supo manejar su amarilla estoicamente
despejando todo lo que se le acercara y sin siquiera acariciar a un jugador de Boca.
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Los jugadores estallan de alegría |
Los superclásicos hablaron y hablarán de triunfos históricos que quedan marcados siempre. River con ésto no sólo ganó su pasaporte a la final de la Sudamericana, sino que además también en
confianza. Eso que había extraviado por ahí y que supo encontrarla para jugarla cuan ancho de espadas. Y el inteligente es el que mejor sabe hallar el momento para usar esa carta.
por Matías Prado
Ex Clarín Deportes
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