Nadie puede alzar la voz en contra. A todos nos encanta este River y su voracidad para buscar el arco contrario. Pero este partido tenía la particularidad de que la no eficacia podía pagarse en breves segundos a causa de las pequeñas dimensiones de la cancha. La pelota fue y vino. Y River en un momento no fue River.
Más allá de las llegadas producidas en el primer tiempo, merecimientos al margen, el desbalance en la transición era notorio. La velocidad de delanteros como González y Albertengo para la contra fue un peligro constante. La presión en bloques separados también apareció como causa, dejando mucho terreno dusponible. Así fue como Montiel tuvo el tiempo necesario para sacar la bomba que significó el 1 a 0.
Pisculichi convirtió un golazo de tiro libre |
Pero una vez más, el saber aprovechar el entretiempo para resetear la máquina cuando falla y reprogramarla. River necesitaba sentir ese reagrupamiento de las líneas tanto para la marca como para el juego. Así fue como los de Sensini dejaron de tener campo para lastimar y huecos por donde infiltrarse. Y buscaron con éxito reconciliarse con la paciencia y, pelota al pido mediante, explotar sus virtudes. Eso termina dando sus frutos. Dominio plasmado, falta afuera del área que Pisculuchi convirtió magistralmente en el empate, y lectura espectacular de la presión escalonada de Rojas para aparecer en la segunda jugada y marcar el gol del triunfo.
Los jugadores de River festejan con Gallardo |
por Matías Prado
Ex Clarín Deportes
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