Nunca perdones a River. Nunca. Si no, suceden cosas como las que pasaron en estos octavos de final de la copa Sudamericana. Te arrolla. Te deja la moral bastardeada. Te deja la sensación de ser un equipo que no pertenece a la elite de River.
Todo porque Rodrigo López tuvo el infortunio de fallar ese tiro desde los doce pasos. Ese fue el inicio del derrumbe de Libertad. Cortes de luz mediante, el empate rápido del conjunto argentino, ese partido de ida viró vertiginosamente de un lado hacia el otro luego de ese hecho para dejar casi sentenciada la serie a favor de los de Gallardo. Y en el Monumental no fue tan distinta la cuestión. La luz funcionó muy bien en la cancha, pero Bareiro con esa expulsión temprana se encargó de dejar en un pasillo a oscuras a su equipo, y con el peor fantasma. Si a este River once contra once no lo torcés, con un jugador menos y un 3 a 1 abajo era lo mismo que haber apagado todo y haber decretado el fin.
Ponzio contuvo todo lo que pasó por el mediocampo |
Los goles fueron sentarse a verlos llegar. Porque iban a llegar. El arquero Rodrigo Muñoz se encargó de que no hubiera más en Nuñez que los de Mercado y Simeone. Es fácil notar lo infalible en los números, y en este caso también darse cuenta cómo a raíz de un hecho un equipo vapulea el cerebro de otro por goleada.
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